CAMINA RETRAÍDO por esa agorafobia que le deja indefenso ante el vuelo de una mosca. O ante la chica sonriente que se interpone en su camino para pedirle con mimo apoyo a los sordomudos (ella misma parece serlo): apenas un garabato, un código postal y… ¡una donación?, descubre en la última columna del folio. Demasiado tarde, no tiene escapatoria. Cabreado por el timo y por su incapacidad para dar marcha atrás, acaba pagando 20 euros a cambio de su libertad inmediata. Luego se anima: «Por lo menos me he deshecho al fin del billete falso que me colaron hace un año y que nunca me atrevía a soltar».