TRECE KILOS DE GOMINA a la cabeza del burro. Trece kilos de serrín en su calabaza hueca. Trece kilos de baba viscosa y verdinegra salpicando espumarajos por su boca, de la que asoman trece pares de dientes sarrosos. Trece mil vueltas a la misma antigua noria de odio que a cada paso más embarra su ceguera, por mucho que el burro se emburre en que girando avanza. Trece tablones carcomidos por la carcunda arman el burro que algunos se empeñan en cebar echándole la cebada al rabo. Trece flores frescas, olorosísimas, que sus cascos de herraduras herrumbrosas quisieran (¡más quisieran!) poder aplastar.