¿QUÉ PODRÍA YO VENDER que nunca me faltara un comprador, que nunca dejara de ganar pasta para vivir como un rey de los de antes? Mis productos tendrían que satisfacer las debilidades de los clientes y volverlos adictos. Por ejemplo, se me ocurre, vendería laxantes para codiciosos, somníferos para envidiosos, edulcorantes para amargados, balanzas para desequilibrados, compañía para onanistas, nanas para insomnes, analgésicos para despechados y aire fresco para ludópatas. Solo necesito invertir una pequeña parte del dinero que ellos tendrán que gastarse en mi mercancía milagrosa. Pero entonces —freno de pronto mis reflexiones y derrapo—, ¿no sería mejor olvidarme de menudeos y convertirme en un gran narcotraficante de pasta fresca?, ¿no debería abrir mi propia entidad bancaria? Corro a buscar en Google cómo montar un banco. Me manda a la página de Ikea.