EL DESPACHO, UNA LEONERA. Estanterías desbordadas, torres de libros en un equilibrio tan precario que amenazan con derrumbarse y esparcir personajes e historias por todo el parqué; la bici estática, asignada un día a labores temporales de perchero, ha consolidado destino hace años. En el escritorio, el teclado del ordenador se ahoga entre apuntes, manuscritos y unas cuantas invitaciones oficiales: el alcalde tiene el placer de (se ruega traje oscuro), el presidente tiene el honor de (se ruega media etiqueta). Similares mensajes y la misma tipografía insulsa en cartulinas de tonos pasteleros. Aunque una sobre todas llama su atención porque está escrita a mano. La coge, se pone las gafas de cerca y lee: «Tu hija tiene el gusto de invitarte a desayunar un día que dispongas de un ratito libre para ella. Se ruega pijama». Hacía mucho tiempo que no sonreía.