HA VIVIDO DE, por, para, so, cabe y tras la Administración en una covachuela donde hace mil años el favor de un amiguete incoó su expediente profesional y desde la que se han tramitado sus ambiciones y frustraciones (junto al anodino currículum laboral, el de su vida íntima apenas ocupa medio folio de una impresora sin tóner), hasta que le cayó del falso techo de presidencia una jefatura como premio a su servilismo al partido y a la casa. Entonces se inflamó de poderío y se subió a un pedestal construido con las humillaciones que infligía a sus subordinados, un podio del que ahora la jubilación le fuerza a bajar. Los compañeros han acudido en masa a la cena de celebración colectiva. Todos se alegran con él, incluso más que él, a quien por cierto nadie ha invitado. Detrás de su silla vacía, un enorme cartel le desea «Tanto júbilo lleves como descanso dejas».