LO RECUERDO APRENDIENDO a montar en bicicleta, esforzándose por guardar el equilibrio, empeñado en lograrlo aunque le costara cien caídas. Lo veo mirando embobado la tele, que tanto le atraía porque en su campamento de refugiados de Tinduf no hay. Durante las vacaciones en España, se reivindicaba como el niño que aún era: dibujos animados, un puzle, un taller mecánico de juguete con el que trasteaba mientras ponía voz a los clientes y al encargado… Si hablaba contigo, Mohamed siempre sonreía mostrando su blanquísima dentadura. Hoy, adolescente ya, también sonríe desde una foto en la que aparece perdido dentro de un uniforme militar tres tallas mayor que él, encendido de ilusión, con la misma felicidad que embellecía su rostro infantil cuando jugaba a la videoconsola. Como si también fuera un juego ir a la guerra contra Marruecos por la independencia del Sáhara.