UN AVENATE DE AMOR lo empujó a decidirse. Cada vez que pasaba por la tienda se quedaba mirándola. Al principio de reojo; luego aminoraba el paso para deleitarse en su belleza e imaginarla frente a él enseñoreando el mejor lugar de su casa, alcázar de tantos deseos y sueños solitarios: el salón. La veía recortada contra la pared desnuda, sin libros ni adornos que estorbaran la contemplación de sus encantos. Llevaba un año ahorrando, privándose de gastos a los que solo un loco o un avaro consideraría superfluos. Hasta que pudo comprarla. Cuando la encendió, tuvo la sensación de que la enorme imagen irrumpía en su vida con un realismo inquietante. ¿Cómo se la vería a ella en cien pulgadas? En el informativo de la noche apareció su rostro a tamaño natural. Él se acercó nervioso a la pantalla y mirándola a los labios al fin pudo murmurarle: ¿Tú me quieres, Cristina?