MUCHA GENTE COMPRA VERDURA al anciano de la bici verde. Recorre el barrio estribado en los pedales, con los andares entumecidos por el peso de la faena, ofreciendo la mercadería de su propio huerto: cebollas nacaradas y esféricas, lechugas de hojas sinuosas, pimientos sacados de un bodegón barroco. Sus preciosas hortalizas no tienen precio, cuestan lo que la voluntad del comprador quiera, siempre que se acerque a la voluntad del viejo vendedor; si no, se irá sin discutir, dejando al cliente con la palabra en la boca. Hace ya tiempo que nadie ve al anciano de la bici verde. Algunos suponen lo peor, lo lógico, pero nadie se atreve a confirmarlo. Ayer, una muchacha dijo haber visto desde su ventana la bici con el cajón del transportín lleno de verdura fresca. Fue tras el toque de queda, en la calle deshabitada. La bici verde rodaba despacio, como siempre. Sola.