TAMPOCO LE CONCEDERÁ EL DIABLO la gracia de llevárselo esta noche, así que mañana hará noventa. Que si por él fuera los haría como tendría que haber hecho los últimos sesenta: muerto, enterrado y olvidado. Desde aquel día es un centauro de metal sin la libertad del hombre ni la dignidad del caballo, una alimaña con el cuerpo soldado a la silla de ruedas y la memoria enmarañada en un recuerdo obsesivo, aunque lo bastante lúcido para darse cuenta de que ni las ratas quieren acercarse a él; menos aún, sus hijos o los nietos que no sabe si tiene. Se avinagra rumiando que ni el peor delito merece tal cadena perpetua de soledad y postración. Apostó la vida a una sola carta y tendría que haberla perdido, como cualquiera que se arroje al vacío desde un noveno. ¿Por qué no él, si era lo único que faltaba para cerrar el círculo trágico después de haberla matado a ella?