AÚN CON LOS OJOS EMPANADOS por el sueño iba hasta la cocina y abría unos cuantos botes de los que sacaba píldoras y cápsulas con la habilidad de un pastillero. En pocos segundos formaba sobre la mesa un montoncito abigarrado de ubiquinona cardioprotectora, finasterida contra la alopecia, omega-3 machacatriglicéridos, resveratrol antiflacidez, espirulina apisonadora de radicales libres… Se sentía como un roble gracias al boticario, a quien su amistad y su desahogada cuenta corriente dotaban de una enorme paciencia a la hora de cobrarle. Aunque todo tiene un límite. Decidió enviarle a su amigo recuerdos y la factura con el mancebo. Le abrió la puerta un roble más bien flácido, calvo y chuchurrío que admitió entre lágrimas su indigencia mientras los radicales libres correteaban por la casa: tanto complemento alimenticio apenas le dejaba dinero para comer como dios manda.