HACE HOY 85 AÑOS, el miliciano situado en el extremo izquierdo del pelotón cogió aire y afirmó el pulso para milimetrar el alza del fusil en la frente de aquel fascista de bigote engominado. Cuando el sargento cumplió con el ritual de ofrecerle a la víctima decir sus últimas palabras, este respondió: «Me habéis quitado la libertad y estáis a punto de quitarme la vida, pero hay una cosa que nunca podréis quitarme: el miedo que tengo ahora mismo». El miliciano reprimió una carcajada y apartó por un momento el dedo del gatillo. Luego disparó, y el eco del disparo le atormentó hasta la muerte. Aunque no fue el remordimiento su peor maldición. El verdadero castigo fue que nunca jamás pudo evitar desternillarse con las comedias de Pedro Muñoz Seca, el hombre al que, amargado y resentido, había asesinado. Es lo que desde entonces se conoce como «La venganza de don Pedro».