CINCUENTA AÑOS entre el mostrador y el taller y cuando me jubilo me regalan un reloj. «¡Vaya ocurrencia, regalarle un reloj a un relojero!», exclamé, pero mi nieto, paciente y condescendiente, me sacó de mi error: «No es un reloj, yayo, es un smartwatch. Te mide el ritmo cardiaco, la tensión arterial y hasta la calidad del sueño». Era un reloj tan inteligente que me descubrió de mí cosas que yo mismo ignoraba. Por ejemplo, que no dormía nada bien: exceso de sueño ligero, poca fase REM y una miseria de sueño profundo, «que es esencial para renovar la energía física, la capacidad de concentración, la memoria y la vitalidad sexual», me advertía el cacharro. Agobiado por la escasa calidad de mi sueño, empecé a dormir poco y mal. Hasta que se lo regalé a mi nieto. He recuperado mi reloj automático de siempre y ahora vuelvo a dormir como un bebé. Lo de la vitalidad sexual ya…