El Malacatón solo trabaja bien cuando se encurda, pero poco, o sea cuando es consciente de las trampas que el alcohol le tiende a su pericia. Entonces se esmera en la geometría de las baldosas y en la exacta cantidad de cemento que debe poner para lograr una junta invisible, y corona la faena cuadrando a la primera la burbuja del nivel en sus marcas. Prodigios de la alcoholemia moderada. Cuando el médico le preguntó si quería seguir jugando a los chinos con su hígado, el Malacatón se amurrió; pero no porque fuera a añorar el vino, que también, sino porque sabía que era de natural sobrado y que antes de ponerse manos a la obra le saldría aquello suyo tan abstemio de «¡Eso está hecho!», y adiós pulcritud, y adiós trabajo. Ya lo dicen los sabios: el vino, con moderación, estimula la creatividad. Badilejo en mano, el Malacatón lo suscribe. Columna por delante, el que suscribe también.