NO SOMOS MUCHOS, ni ahora ni en tiempos pasados. Próspero no es un nombre elegante; es más bien estrambótico, áspero, efímero, cacofónico y esdrújulo. Se pueden contar con los dedos de una mano las personas así llamadas que han escapado a la trituradora del olvido. Me vienen a la cabeza, por ejemplo, Próspero Mérimée, el folklorista galo enamorado de España que con su novelita Carmen inspiró a Georges Bizet su famosísima ópera. O, en la insondable galaxia de la creación, el personaje shakespeariano de Próspero, que urde el naufragio del navío enemigo provocando una furiosa tempestad (y, ya de paso, la muy singular película que hizo a partir de esta obra maestra Peter Greenaway). Pero ningún Próspero tan universal, intenso y fugaz como un servidor, que en estos días, y solo en estos días, ando de boca en boca de la buena gente gracias a mi nombre completo: ¡Próspero Año Nuevo!