ENTRE LOS SEIS, cinco siglos, haz números. Ochenta y tantos de media. No hay vergüenza, tenernos aquí esperando a la puerta del banco para cobrar una pensión de mierda y que encima el empleado te meta la bulla con que «Julián, tiene usted que comprarse un smartphone y bajarse nuestra app, que es mucho más cómodo». Y te explica muy amable cómo contribuir a cerrar la sucursal donde trabaja y mandarlo al paro, que es como si un cordero le ofreciera la cerviz al matarife y además le indicara dónde tiene que apuntillar para matarlo mejor. Pero no se imagina la sorpresa que le espera. Hasta aquí hemos llegado. Entre los seis abuelitos vamos a acabar con esto de una vez. En cuanto abra, entramos corriendo —es un decir—, sacamos los kaláshnikov de plástico y gritamos a todo lo que el asma nos dé: «¡Quieto, Sebas! ¡Esto es un atraco!». O sea, lo mismo que hacen ellos, pero avisando.