ENTRARON EN EL BAR Y PENSÉ He aquí la familia perfecta. Padres jóvenes e informales pero elegantes; la parejita (niño y niña, por ese orden, claro está), inmaculados espejitos de sus progenitores. Uniforme verde naturaleza, chándal y deportivas de marca y un deje como de domingo por la noche tras dura jornada de senderismo. Oxigenados, endorfinados, los niños se derrumban sobre las sillas, pero aun exhaustos comen una ensalada poco aliñada entre suaves murmullos y modales pulquérrimos. Al terminar, extienden la palma de la mano hacia su madre. Creo que va a sacar del bolso —qué sé yo— un par de manzanas, para concluir como dios manda tan saludable cena. Y no me equivoco, extrae dos manzanas, two apples, dos smartphones del último y carísimo modelo de Apple. Los niños son de golpe absorbidos por las pantallas y la familia perfecta se derrumba en un silencio atronador y enajenado.