ESA MUCHACHA RUBIA que se abraza a un edredón desgarrado por la metralla mira a la cámara con la penetrante lucidez de los locos. Esa muchacha rubia de cabeza ladeada muestra al mundo las heridas de su rostro sin apartar la mirada serena, asqueada, acusadora. Esa criatura de juventud interrumpida acaba de recuperar la cordura de un bombazo, como si una bofetada genocida la hubiera sacado del narcotismo de su cándida burbuja. En la comodidad de nuestra vida diaria la locura ampara todo lo que no sabemos clasificar, desde la alegría hasta el horror, pero la verdadera locura es una tormenta en un patio claustrofóbico. Entonces, ¿qué clase de loco bombardea un manicomio? Ninguno. Quienes acaban con el último refugio de la locura son cuerdos de una cordura heladora, engendros salidos de los basureros del infierno. Esa muchacha rubia es la tormenta en nuestro patio claustrofóbico.