Había estado lloviendo toda la noche y la mañana insistía en la borrasca. Pero a él le daba lo mismo, su cielo particular resplandecía bajo el sol de una felicidad mil veces anhelada, la del éxito que perseguía desde que empezó a encadenar palabras con pretensiones literarias. Hace tres meses lo hicieron fijo en el trabajo de reponedor y pidió un préstamo para editarse su primera novela. Mandó al periódico un ejemplar, a los pocos días le llamó un becario y le hizo una entrevista que ayer mismo publicaron ilustrada con una gran foto suya. Hoy salía de casa camino del trabajo con la jactancia mal disimulada de los escritores novatos. El trajín de los paraguas encharcaba el piso del ascensor y alguien había puesto papel. Papel de periódico. Su orgullo se desinfló como un globo moribundo. Allí estaba su cara, deforme, picassiana, humillada, convertida en un pellizco de papel mojado.