Esta vez me he mentalizado como un verdadero profesional, no como esos noveleros simplones de última hora que se compran un equipo carísimo para redimirse de sus anteriores fracasos. A cinco días del primero de julio, fecha que desde hace años marca el comienzo de mis vacaciones de verano, estoy más que dispuesto a emprender la carrera por cambiar mi vida. Se acabaron para siempre el sedentarismo corrosivo, la decrepitud inexorable y el abandono ruin. A partir del viernes, a las 7 en punto de la mañana, cronómetro en mano, cuatro horas ininterrumpidas de ejercicio anaeróbico seguidas de un desayuno a base de esteroides anabolizantes y doscientos cincuenta largos de piscina olímpica. Y a las 12 en punto, infarto agudo de un miocardio que no se aviene a seguir el ritmo de su propietario a la hora de ponerse en forma. Lo dicho, esta vez sí, esta vez me mato de mi propio frenesí.