Al fin deja el colegio. A los sesenta y cinco años. Una vida barriendo la basurilla de estos escolares pijos y arrogantes, acostumbrados a tiranizar incluso a su propia familia. ¡Como para esperar que la respeten a ella! Y encima aguantando las exigencias caprichosas de la Rottenmeier, la gobernanta del centro por méritos vaginales que el director evalúa día sí, día no. Pero nada tan molesto como intentar limpiar esas vitrinas llenas de copitas dedicadas a gerifaltes de antaño, maestros, alumnos y no sé cuántas vanidades más zigzagueando entre escondrijos donde es imposible meter la bayeta. Hasta hoy, glorioso día de su jubilación. Hoy ha arramblado con todo el latón de la gran vitrina, la ha limpiado a fondo y ha plantado en medio del cristal reluciente su propia placa. «A Pepa Lamopa, 50 años intentando sin éxito limpiar de tonterías este centro de mierda y a la viceversa».