Hay trabajos y trabajos —dijo, séneca, mirando hacia abajo—. El mío tenía su gracia de joven por lo del riesgo y tal, pero desde que mis articulaciones empezaron a ir por libre, he salido de más de un apuro con la boca seca. Y luego está este calor canalla, que no veo el momento de meter los pies en el mar y, ya puesto, pisar de una vez tierra firme. Estudia, hijo mío, que llegues bien alto, me decía mi padre. Coño, a la altura de un octavo, colgado de un cable de acero, brocha en mano, el cubo atado a la cintura y las piernas en plan casas de Cuenca. Dos días, solo dos días más y meto la cabeza en un barril de cerveza helada, a ver si me libro por un mes de este olor a pintura». Tan ensimismado anda en sueños y maldiciones que no oye crujir la polea que lo sujeta… por poco tiempo. Dos días lleva con la pata en alto, ingresado en una habitación nueva que aún huele a pintura fresca.