Si alguien en su sano juicio cuestiona el cambio climático es porque nunca ha vivido lo que yo estoy viviendo ahora. Durante los últimos minutos, mientras soportaba el calor ahogante del Sáhara más profundo, se ha desatado sobre mi cabeza una lluvia feroz que chaparreaba contra el techo amenazando con hundirlo. Segundos después, una brusca tormenta de nieve golpeaba los cristales con tal violencia que los copos se deshacían como la espuma. Y cuando se hizo el silencio y creía que todo había pasado, un huracán bíblico ha comenzado a zarandear los cimientos del edificio. No sabía a qué agarrarme mientras aguardaba el colapso final. Me sujeté fuertemente la cabeza con las manos, cerré los ojos y sentí como el suelo comenzaba a temblar bajo mis pies. De pronto escuché el silencio de la muerte, y la voz de Dios que decía: «Por favor, deje paso al siguiente en el túnel de lavado».