Lo último que recuerdo de anoche es que los cubatas me tumbaron en este banco y he dormido como un bebé, pero como un bebé hambriento, por culpa del trasiego. Abro un ojo y me veo en el centro de un semicírculo de personas que me miran fijamente: una monja negra, un, o una, joven de barba y carmín, un señor barrigón con ojos de pez… así hasta treinta y más. No entiendo nada. Parece que todos esperan que me arranque a hablarles, como si fuera yo un conferenciante o un misacantano. De hecho, me siento obligado a levantarme para dirigirles unas palabras. Introibo ad altare Dei, estoy a punto de rezar, acordándome de mis tiempos de cura, cuando me fijo en que en realidad miran por encima de mi cabeza. Me vuelvo y veo una pantalla gigante de información al tiempo que una voz anuncia por megafonía que el AVE a Extremadura está estacionado en la vía siete. Sigo soñando, beatus ille.