Mira a los ojos de la rabia, mira la desesperación con que agarro un mechón de mi pelo del grosor, poca cosa al fin, de tu pene de macho dominante y fuerzo con la otra el cierre de las hojas de una tijera justamente afilada. Aprieto hasta cortar mi pelo, tu pene, con la energía de quien ya no tiene nada que perder sino un mechón de cabello y todo que ganar: libertad para amputar ese cuerno de cabrón que viola todos mis derechos y que me fuerza a someterme a tu capricho bajo la amenaza del dolor y de la muerte. Cierro las tijeras y caen los dos, mi pelo, que volverá a crecer, y tu pene. El velo que tapa mi cara no será bastante para empapar la sangre que brota de tu vientre, ni, aún menos, cubrirá nunca tu cadáver exangüe. Será la sombra que te persiga por toda la eternidad sin dejarte descansar ni un minuto mientras Alá, con melena y sin pene, te da la espalda al verte penar.