Salta por los aires el interruptor de obsolescencia de mi lavadora y el técnico amigo me saca a relucir lo del galgo y el collar. En el supermercado me ofrecen el último modelo a un año sin intereses. La empleada me mira con cara de «Sin intereses no quiere decir sin papeles, tonto de baba»: las dos últimas nóminas, certificados, fotocopia del carné, que «No vale, hace tres semanas que ha caducado», me mira maternal, aunque leo detrás de su sonrisa que persiste en el remate: «tonto de baba». Un policía mariposea amable por la oficina del DNI ofreciendo ayuda a lerdos como yo. Le pido auxilio: la máquina que expende turnos para renovar el carné no consigue leer el mío. El poli lo extrae, lo escudriña, anverso, reverso, y al fin me dedica una mirada demoledora: «¡Cómo lo va a leer, si este carné está caducado!». Menos mal, no soy el único tonto de baba con una nómina de pena.