Pase y disfrute. Si no encuentra la salida, no se desespere, nuestros vigilantes le ayudarán». Curioso y confiado, el joven de pelo negro se anima a entrar. Enseguida le aturde verse deformado en un espejo cóncavo y se horroriza al descubrir en otros la imagen contrahecha de un tío que maltrata a una mujer, de un directivo amorfo que babea encima de su secretaria, de una joven que corre despavorida por un callejón en penumbras, del esqueleto de un putero recién satisfecho. Se agobia, quiere huir, pero se topa con cada espejo donde cree ver una salida. Pide ayuda, los vigilantes lo ignoran, como era de esperar. Cuando al fin la encuentra, se mira en el único espejo plano del laberinto y confirma en su rostro lo que esperaba ver: una expresión de mínima serenidad demasiado parecida a la impotencia. Lo que sí le sorprende es verse convertido en un viejo escéptico de pelo blanco.