Se enganchó a un juego de ordenador que consiste en disparar a tres bolas con una del mismo color y cuya dificultad aumenta a medida que el jugador las va eliminando. Llegó hasta una pantalla que se le atragantó y en la que insistió durante años sin lograr superarla. Aunque en su fuero interno sospechaba que no lo conseguiría nunca, volvía a intentarlo una y otra vez. Un mal día de finales de noviembre murió su perro, el viejo compañero al que tanto había querido. Tras meses de luto y soledad, una mañana limpia de primavera volvió a abrir el ordenador y se encontró con el antiguo juego. En el menú principal, por primera vez en mucho tiempo, ignoró la opción «Continuar la partida anterior» y eligió «Comenzar una partida nueva». Se relajó volviendo a superar las pantallas más fáciles, que tenía olvidadas, y suspiró hondo mientras sonreía apaciblemente recordando al viejo compañero.