El ayuntamiento de Madrid, en esa obsesión de casi todas las administraciones públicas por robotizar a sus trabajadores, les ha impuesto detener el reloj laboral cada vez que vayan al baño donde nadie se baña, o sea al váter de la oficina o, con más propiedad, al excusado, que es como debería llamarse, dado que concita todas las excusas imaginables para sustraerse del trabajo. Ya han protestado enérgicamente los vagos irredentos y los virtuosos del escaqueo y, con la fuerza que les permite el pudor, los prostáticos, los de tránsito intestinal acelerado, los nerviosos irrequietos, los que cenan de búrguer, los intolerantes confiados y los adictos al espejo, al maquillaje o al sexo. La minoría resignada que con más fuerza y motivo protesta la forman quienes optan por cumplir honradamente con su trabajo, frente a quienes solo cumplen con el reloj mientras se tocan los trienios.