EN ESTO DEL GÉNERO (ya sabes, lo de «nuevo / nueva / 9»), todos llevamos dentro un pequeño dictador dispuesto a abalanzarse contra quien no piense como nosotros y persuadirlo, aunque sea por la fuerza, de que la razón está de nuestro lado igual que una perrita bien comida. La primera arma de ese pequeño dictador es el razonamiento plúmbeo, la matraca, hasta que se le agota la paciencia y empuña la navaja de la descalificación, de la que, enceguecido por su propia terquedad, pasa al martillo del desprecio; pero desprecio no solo hacia la opinión del contrario, ni siquiera hacia su forma de pensar en general, sino por su persona entera, por el conjunto de los de su sexo (o género, ya no sé) y hasta por su manera de vestir. Encima, el tirano exige un respeto a sus ideas que jamás concederá al otro. Y esto es así, te pongas como te pongas, chaval, chavala o lo que coño quiera que seas.