DE CAMINO A LA CENA DE EMPRESA hice una parada técnica en el bar de Dionisio para tomarme unas cañas con que doblegar mi penosa timidez. Ya sé que las más rotundas verdades flaquean entre las brumas del alcohol, pero una cosa es una incierta realidad y otra bien distinta que los allí presentes ni siquiera se parecieran a mis compañeros. Convencido de que me había equivocado de fiesta y a punto de escabullirme avergonzado, atisbé una figura familiar, la de Isabelita, la jefa de Administración y administradora de mis quereres. Me acerqué a ella, me recibió con un cálido roce de labios, sonrió compasiva y me dijo: «Cariño, se te acaba el paro, tienes que pensar en buscar un curro en serio. De lo que sea». Apagó la tele, donde mi supuesto grupo de compañeros comenzaba su cena de Navidad, y añadió más bien airada: «¡Y deja de beber tanto, que luego te da por soñar felicidades!».