LOS DATOS REALES del «Unabomber» de Burgos son los que son: un hombrecillo bajito y flaco que usa vaqueros donde cabrían dos como él y deportivas de imitación. A punto de cruzar la meta de la ancianidad, parcheaba la soledad de su piso de la calle Clavel armando con temple relojero aviones de juguete, mientras la hormigonera de su cabeza daba vueltas y más vueltas a una argamasa de románticas venganzas anarquistas, una bola de nieve caliente que no dejó de crecer desde que se jubiló de enterrador municipal hasta reventar en un montón de explosivas cartas justicieras. Su habilidad criminal ha conseguido burlar nada menos que a los avispados expertos de la CIA y del New York Times, obcecados en que las misivas eran obra de la inteligencia militar rusa. Para coronar la fábula, el terrorista de Burgos se llama Pompeyo… Y todavía algunos nos empeñamos en seguir inventando historias.