TODOS LOS DÍAS RECORRIENDO la ciudad, de lunes a domingo, desde el amanecer a la madrugada, infatigables, como dos viejos amigos disfrutones. El mismo itinerario, los mismos rostros: de sueño a primera hora, de hambre a mediodía, de extenuación al anochecer. Hasta el viernes, una ambulancia para almas cabreadas y desvalidas, a partes iguales; los fines de semana, una excepción tan fuera de la rutina que pueden burlar el rumbo consagrado y permitirse alguna que otra licencia: pellizcar un bordillo o transportar al coro desafinado de un pelotón de hinchas que jalean a su equipo de fútbol. Cada noche regresan los dos satisfechos, cansados pero encantados, encansados, anunciando con ledes amarillos en su frente ancha y limpia que van de recogida, que están ya fuera de servicio. El autobús, hasta mañana. El autobusero, por última vez: hoy se jubila y no sabe bien si reír o llorar.