ÚLTIMAMENTE ME LO ENCONTRABA cada vez que abría la puerta del ascensor. No podía creer que me confundiera siempre, así que volvía los ojos a la pantallita donde, en efecto, lucía el 1, por más que estaba seguro de haber pulsado el 0. Miraba al gorrilla esperando una palabra de su boca, hundida en la heroína, pero se limitaba a negar con el índice, significándome que aún no había llegado mi hora. Anoche masculló «Mañana a las 9 vengo a por ti». He bajado puntual a entregarme al destino, resignado a la vez que aliviado por acabar de una vez con esta plúmbea noria matinal, pero el gorrilla no estaba. Entonces me ha llamado llorando mi señora para decirme que se había muerto de repente el pepla de mi cuñado Benito, un rebelde del cambio de hora, como la Muerte, que por lo visto también se resiste a cambiarla en su aciago reloj. Aunque no a irse con las manos vacías, pobre Benito.