LOS MORTALES NO QUEREMOS MORIRNOS. De hecho, en cuanto el mono empezó a lamentar la muerte de los suyos y a vislumbrar la propia, se inventó la resurrección, bien reencarnado en otras criaturas de este mundo, bien en otro mundo mejor que este. Del árbol feraz de su miedo, abonado por la soberbia, han surgido, a lo largo de los siglos, mitos, supersticiones y religiones que igual prometen conectarnos con nuestros seres desaparecidos, que nos garantizan la inmortalidad y hasta la resurrección de la carne incinerada. De ese mismo árbol de la trascendencia brota el deseo desquiciado de fecundar a una mujer alquilada con el semen del hijo muerto, engendrando a una criatura en cuya razón de ser nadie se ha parado a pensar, más allá del utilitarismo de aplacar el hondo dolor de una abuela. Además de ganar una pasta, claro, que hasta el mono sabe que aquí ni la resurrección es gratis.