LLUEVE A PLACER, A CONVENIENCIA, a ruegos cotidianos por la salud y la huerta. Llueve como es de ley, sin viento ni tormenta, con la serena generosidad de una primavera madura que sabe responder a lo que toca. Llueven olores de primeras gotas cayendo en la lengua rasposa de la tierra, cuando el aire se esponja de humedad y las hojas en las acacias vuelven a respirar satisfechas. Desde sus ramas, los gorriones ahuecan las plumas, entrecierran los ojos y oyen pasar las horas. Y al amainar la lluvia sigilosa, se ensancha de pronto el atardecer, da fe el viejo del canto del mirlo y el joven que siente hervir su sangre se deja llevar por el aroma del almizcle y busca ansioso el centro de la ciudad, desdeñando la vida, tan calma, de los arrabales. ¿Te acuerdas de aquellos últimos domingos de abril húmedo en que la lluvia regalaba futuro a manos llenas, sin darse apenas importancia?