SÍSIFO SABÍA que el castigo de los dioses a su descaro era tirar montaña abajo una y otra vez el pedrusco que cargaba sobre los hombros. Lo que de verdad le angustiaba era ignorar a qué altura exacta de cada nuevo intento los canallas del Olimpo volverían a impedirle alcanzar la cima de la tranquilidad. Un día, agotado de acariciarla con la yema de los dedos, Sísifo imploró a los dioses que le indultaran de aquella condena despiadada, que le dejaran abandonar, descansar eternamente en las tinieblas del fracaso, porque a veces la resignación es la única salida posible al laberinto de tanta ilusión frustrada. Los dioses se carcajearon del rey de Corinto. Un servidor, Sísifo a su manera, también suplica a los dioses que paren ya de insertar monedas en el pinball de su destino: año tras año de bienestar alquilado, de carísima diversión de plástico, de divinas vacaciones veraniegas…