AHORA QUE ESTAMOS JUBILADOS, a mi esposa y a mí nos gusta salir a tomar unas cañas y media de puntillitas, que no hace falta ni masticarlas. ¿Pues te quieres creer que no hay bar donde vayamos, por lejos que esté, en el que no aparezca una señora rubia de la ONCE con su chaleco amarillo, sus gafas de culo de vaso y su ristra de cupones? Le decimos que no, que gracias, que no tenemos suerte para el juego. Le da lo mismo. Nos vamos a otro bar, aunque sea en la otra punta de la ciudad, y vuelve a aparecer la rubia de los cupones como si fuera la princesa de Samarcanda, que te encuentra por mucho que te escondas. Así que le he comprado un cupón para ver si nos dejaba en paz de una puñetera vez. ¡El primer cupón de mi vida, te lo juro! Y ahora estoy acongojado, porque como me toque, entonces sí que no nos la quitamos de encima, y con la mala suerte que yo tengo, seguro que me toca.