NO RECUERDO SI FUE nuestro viejo profesor de Matemáticas o el de Filosofía quien una vez nos dijo: «La vida es una fórmula tan compleja que la variable más insignificante puede dar al traste con el resultado previsto». Se equivocaban, el resultado es siempre idéntico: hace años ya que ambos esperan, más bien desconfiados, su resurrección. La luz de primavera precipita las escenas con la clemencia de una apisonadora: en la puerta de Urgencias, donde su madre probablemente muere, el hombre observa la fiesta glamurosa que se despereza en el salón del hotel contiguo, los invitados ríen, fingen, flirtean a apenas quince metros de la puerta en la que las ambulancias suplican a los médicos resurrección. El anciano marido llora recordando cómo descubrieron de niños el amor en el hueco de una escalera. La nostalgia es la rubeola de las almas envejecidas, un sarpullido. De resurrección.