Y DIJO EL SABIO: «La vida es una máquina expendedora. Nos ponen ante ella, escrutamos su tentadora oferta, acercamos a la ranura la moneda que hemos ahorrado con enorme esfuerzo e ilusión, y dejamos que la máquina se la trague mientras pulsamos la tecla deseada. Años después, la puñetera máquina entrega lo que le da la gana». A Esperanza, que anhelaba tener su casita en propiedad, la máquina tramposa le devolvió cuatro hijos y un designio innegociable de okupa en una vivienda vampirizada por un banco sin sangre. Después, la máquina le asignó a otra familia el mismo destino de okupa. Un día en que Esperanza no tuvo más remedio que salir, la nueva familia de okupas aprovechó para okupar la casa okupada por ella, y la dejó en la calle con sus cuatro hijos. Indiferente a toda desgracia humana, el banco sin sangre no deja de reponer ilusiones ficticias en la máquina expendedora.