YO NO SUPE sacarle el jugo, pero una de las lecciones más jugosas de mi vida me la dio mi amigo Tamarindo, que empezó regentando una empresa de desinsectación y hoy es rico, famoso, influyente y, por lo tanto, examigo. Tamarindo era el rey de lo suyo, sobre todo con las cucarachas. Casi las llamaba por el nombre, como el buen pastor a sus ovejas: rubias alemanas, clásicas negras y sus preferidas, las periplanetas. A unas y a otras las exterminaba con la obsesión de un nazi, aunque siempre se aseguraba de dejar una viva. Cuando quise saber por qué, torció la boca, sonrió y entre sus dientes blanquísimos me susurró: «Porque si las extermino a todas, me quedo sin trabajo». «Nadie mima más que yo a mis enemigos», se jacta hoy ante los millones de ingenuos que siguen sus dictados como ratas hamelinesas. Aunque, bien mirado, a ver si el ingenuo soy yo, que me empeño en hacer amigos…