CORRE LA CORTINA PARA preservar su frágil intimidad de los curiosos que lo han visto entrar en el cubículo del fotomatón. Los preparativos ya tienen algo de vergonzante, así que, entre sonrisas nerviosas, gira el asiento para poner su cara a la altura del objetivo. Pero hay un problema, el problema de siempre: si el asiento sube demasiado, su enanismo le impedirá encaramarse a lo alto. Lamenta la urgencia de tener que renovar el carné. Podría haber ido a una tienda especializada, donde todo es más amable que en un fotomatón. El tiempo ha transformado este invento en un artefacto desfasado, casposo, casi anacrónico. Seguir explotándolo aún hoy día, aunque sea sólo para fotos de carné, es como ofrecer diversión con el espectáculo del bombero torero en el que él trabaja porque no le queda más remedio. Los dos dan más o menos de comer, pero es comida rancia, de famélica dignidad.