POR ESTAS FECHAS VUELVE cada año a mi tierra la eternidad. No es una eternidad divina, ni promisoria, ni siquiera metafísica; es más bien humana, contundente y espesa. La eternidad se me aparece al volver a escucharme a mí mismo decir «Con este calor no hay quien duerma» o «No se puede abrir las ventanas hasta bien entrada la noche». Son los mismos tópicos, palabra por palabra, que mis padres intercambiaban con los vecinos cuando coincidían en el rellano de la escalera, y mis abuelos con los suyos mientras sacaban la silla de enea a la puerta con la esperanza suspirada en un «A ver si por fin corre la brisa». Y así, años atrás, siglos atrás, hasta perderse en un origen tan inconcreto como el del ser humano o el del propio calor. Si el verdadero dios es el Tiempo, que ni nació ni morirá nunca y que todo lo cura y lo perdona, la eternidad es el bochorno del verano en mi tierra.