CON PELO RECIO se forja el macho; ya luego, si eso, se lo recorta uno a la moda, piensa el niño recién transmutado en hombre. Hasta su voz parece ahora peluda. Por fin han florecido, reventones bajo la camisa, los esfuerzos del gimnasio. Las niñas ya no lo ignoran y él avanza entre ellas sobre la arena abrasadora de la playa como un miura espumante. Las hormonas le rebosan por los ojos vidriándole la mirada y poniéndolas a todas, les guste o no, en la diana de sus deseos. Lo otro llegará algunos años más tarde, una noche de invierno, caminando detrás de una joven por una calle solitaria y penumbrosa. Se dará cuenta de que la muchacha mira de reojo a su espalda, suspicaz, atemorizada, y él aflojará el paso, cambiará de acera y se enorgullecerá de sentir, desde la distancia, el alivio de la chica. En ese momento armonioso y gratificante el macho se habrá convertido en hombre.