ES UNA IMAGEN tan perturbadoramente dulce como si la hubiera imaginado Thomas Mann y filmado Luchino Visconti. Quizá ayude el negroni que estoy saboreando y que debilita el rigor habitual de mi criterio, más aún a esta hora del atardecer en que el mar y el cielo conforman una misma esfera de plata. Dos niñas de aspecto escandinavo, doy por hecho que hermanas, se abrazan; la una, feliz de proteger a la más pequeña; la otra, agradeciéndole con ternura el refugio. En medio de mi embeleso la escena se interrumpe como si el propio Visconti hubiera gritado ¡Corten!, las hermanas desabrochan su abrazo, dejan de sonreír y la mayor se dirige a detener la grabación del móvil y se concentra en subir el vídeo a alguna red social. Luego se marchan, cansadas, aburridas, en busca del siguiente escenario. Yo busco refugio a mi frustración en un sorbo del negroni, pero ya solo me sabe a agua.