HUIR DE SEPTIEMBRE, del otoño que amenaza, de la oquedad del viento, del oleaje de las hojas. Taponar mis oídos con auriculares para cambiar la banda sonora del mundo por una música que me salve de la calle vacía, del agujero negro del diagnóstico, de la sonrisa congelada del amigo médico a quien veo rebuscar entre sí la manera de anunciarme que el árbol que me sostiene se pudre. Una masa en mi vientre, un bulto que no debería. Sólo me consuela saber que ya no te echaré de menos, ni a ti ni tu abrazo de amor anémico, sin calor bastante para conjurar este terror que me anula. Y recorrer el camino angosto que desemboca en lo mortal inevitable, y asirme al tuteo amable del médico que acaricia mis temores mientras disuelve el melodrama en una sonrisa ácida. «Ahora ya sé lo que es un romántico –se burla inmisericorde—: alguien capaz de hacer de una hernia inguinal una tragedia».