POR EL MEDIO DE LA CALLE PEATONAL UNA NIÑA, siete u ocho años, guía a su padre ciego con más alegría de lo que lo harían las hijas pequeñas de los padres que ven. Esquiva sonriente a una muchacha, veinte o veintidós, pantuflas gastadas, pijama, bata de guatiné, que empuja el carrito donde su niño consentido, cuatro o cinco, gandulea con un guerrillero galáctico que le regaló la abuela, dos o tres pasos detrás, que entre el cansancio y la desgana ojea los mismos escaparates de cada tarde. Lo siento mucho, fue un impulso. Aunque, ¿de verdad creen que provoqué un escándalo sólo por pararme en mitad de la calle a gritar que ojalá aquellas sencillas escenas resumieran el sentimiento de todos los padres, ciegos o no, de todas las niñas, consentidas o no, del mundo entero, fueran o no habitantes de Gaza, Líbano, Ucrania…? Discúlpenme, tanta paz me enajenó y me comporté como un loco.