CONOCÍ A MI EX GRACIAS a Angélica, la peluquera que teníamos en común. Un día, mientras me cortaba el pelo, Angélica me preguntó cómo conseguía frenar mi alopecia. Le hablé de los masajes con aceite de romero y se lo contó a otra clienta a la que también le flaqueaba la melena. La clienta quiso conocer al portador de tan buenos augurios y comprobar «de visu» los resultados. Nos citamos, congeniamos enseguida, incluso compramos juntos sendos frascos de aceite de romero. Acabamos haciéndonos pareja y entre arrumacos y ñoñerías comparábamos los efectos del ungüento milagroso. A mí me seguía funcionando, pero a ella se le empezó a caer el pelo aún más. Discutimos sobre la forma de aplicación, la dosis apropiada… hasta de la genética de cada cual. El aceite de romero nos distanció lo justo para que se colara entre los dos un calvo sin complejos. Ahora son felices. Angélica y yo, también.