UN EMBOZADO PINTABA letras en una pared blanca. Concordia, la vigilante, dio un bote del sillón para confirmar a un palmo de la pantalla lo que las cámaras le decían y no podía creer. Pero su estupor aumentó cuando descubrió que al otro lado de la pared alguien escribía su propio mensaje. ¿Es la hora bruja de los gamberros, un aquelarre de descerebrados, una conspiración de grafiteros ociosos? Fuera lo que fuere, aquel muro inmaculado pertenecía a todo el pueblo y el trabajo de Concordia era protegerlo de quienes lo mancillaban ante sus propias narices, y por partida doble. Salió disparada como una bala de su revólver y llegó a tiempo de ver que ambos golfos huían por patas. Se acercó y leyó, a un lado, «Si quieres ayuda…», y al otro, «…aquí tienes mi mano». Sería de la alegría o de la sorpresa, el caso es que sufrió un colapso. Hoy Concordia sigue en la uci, soñando imposibles.