CON LA MIRADA FIJA EN LAS MIGAS del roscón de Reyes y el remordimiento asomándole a los lagrimales, Martirio se jura solemnemente perder cinco kilos en dos días. Tras una semana de dieta estricta y ejercicio asesino, la báscula marca un kilo más. Martirio se derrumba y culpa a Obdulia, su envidiosa compañera de piso, de estar haciéndole luz de gas: no contenta con poner ante sus ojos los dulces y embutidos sobrantes de las fiestas, manipula la báscula para boicotear el éxito de sus esfuerzos. Martirio decide espiarla hasta que, en efecto, la sorprende con las manos en la báscula. «¡Lo sabía! Estás trucando el peso para hundirme», le grita, pero Obdulia, anonadada, le muestra un pequeño paquete: «Iba a cambiarle las pilas porque están casi gastadas y marca cinco kilos de más», y le vino a la mente el clásico «No atribuyas a la maldad lo que puede explicarse por la estupidez».