EL PADRE TENÍA UNA NUTRIDA BIBLIOTECA de novelas de guerra que releía para intentar comprender la que devoró su juventud, la Guerra Civil, cuando no tenía madurez aún ni para preguntarse por qué la patria le enviaba a un juego mortal, qué patria debería tener un muchacho sino la pura vida, cuál de las dos patrias enfrentadas en una condenación explosiva se le asigna a un chaval de su edad. Él, que a pesar de tantos años cumplidos sigue intentando comprender el porqué de algunas de sus más viejas y nudosas raíces, cree que leemos buscándonos en otros personajes, escrutando a la luz del espejo los rincones más oscuros de nuestras vivencias. Eso explicaría el íntimo placer que encuentra en acurrucarse en invierno en la cama, ajustarse el embozo al cuello y, a salvo del mundo, mientras evoca al padre leyendo novelas bélicas, cobijarse en la relectura de los tebeos de su infancia.